Ana
Cristina Herreros
(cuenta
cuentos)
Jesús
Gabán pintó este dragón para conmemorar el aniversario del Dragón
lector, y yo le he escrito una historia a su ilustración...
Dos
maneras de contar...
La niña dragón
Nunca
entendió por qué le prohibían leer. Que se le llenaba la cabeza de
pájaros, decían. Si lo que ella tenía en su cabeza no eran pájaros
sino dragones. Ambos tenían alas, es verdad. Pero los dragones
tenían además boca y cola de lagarto y uñas de león. Y cuando
abrían la boca no era para piar sino para arrojar fuego.
Por
eso era por lo que se subía adonde pillara para leer. La gente no
suele levantar la vista cuando busca algo. Más bien la baja al
suelo. Ella se sentía en las alturas a salvo de quien la buscara,
libre para hacer lo que más le gustaba: leer las aventuras de
caballeros con armadura que iban buscando en las cuevas doncellas y
dragones. Las doncellas no le interesaban. Los dragones sí.
Un
día hasta se subió a una columna antigua que decían que era de
cuando había dragones. Y allí se quedó, ni siquiera bajó cuando
oyó los gritos que la llamaban.
--¿Dónde
estáaaaaas? ¡Tanto leer historias de dragones! ¡Un día te vas a
convertir en dragóooooon!
Y
en ese momento ella sintió cómo se le ponía la piel dura y verde.
Sintió cómo le salían escamas y una larguísima cola de lagarto, y
cómo se le afilaba la boca y se le convertía en hocico de reptil.
De su espalda salieron un par de alas de ángel verde. Y las uñas le
crecieron tanto y se le pusieron tan duras que parecían garras de
león.
Se
miró la tripa y vio que allí no tenía escamas sino la cara de un
caballero, el caballero cuya historia estaba leyendo. Todo lo que
antes estaba dentro del libro se le había puesto en la piel. Dicen
que a esto se le llama ser un buen lector. Ahora era un Dragón
lector.
Bueno,
una dragona lectora que, cuando abría el libro y se ponía a leer,
le salían, en vez de fuego, palabras que sonaban a voz de niña. El
caballero de su tripa escuchaba y se le caía una lágrima. Detrás,
las montañas se cubrían de nieve y de nubes.
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